Primer
amor
Tan solo
rozaba los dulces, inocentes y angelicales 15 años cuando mi opinión acerca de
los dentistas cambió rotundamente en manos de un joven cordobés con aires de
galán, Aníbal Mario su gracia. Parece ser que no le dio el fisic du rol para el
canibalismo, y tuvo que conformarse con la odontología.
En cuanto
lo vi, ese glorioso día en el consultorio, le recé a San Expedito, La virgen
Desatanudos y el Gauchito Gil para que Él, Él con mayúscula, sea el encargado
de una renovada amistad entre mi dentadura y mi sonrisa. Tanto tanto tanto lo
había deseado durante esos 15 minutos, entre que lo vislumbré y se acercó a mi
sillón odontológico, que el milagro finalmente ocurrió y aquel día empecé a
creer en el amor omnipresente y todopoderoso. Él me conquistó con su sus manos,
su tonada, su ambo, su torno, sus pinzas... ayyy, la fuerza de sus pinzas,
prueba irrefutable de un amor in crescendo. No se sabe a ciencia cierta si lo
que lo encandiló de mi persona fueron las amalgamas, los caninos en etapa de crecimiento,
las paletas torcidas, la aspiradora de saliva colgando del labio o mi sensual
forma de dialogar con sus manos en mi boca. Sea lo que fuere, la nube en la que
salía flotando cada vez que abandonaba el consultorio crecía y crecía. En
cuanto se cerraba la puerta del ascensor, inmediatamente empezaba la cuenta
regresiva de los días que faltaban para volver.. nunca antes visto que una
persona pensada pensante pensara impaciente en el próximo turno con este
perverso profesional. Como un preso me pasaba tachando los días de mi condena.
Castigo divino, el día que osara no hacerse presente sin siquiera dejarme en
sobre aviso, o, peor aún, que deliberadamente me fuera infiel y sin reparar en mi presencia pusiera sus
manos sobre otra dentadura rebelde, qué irresponsabilidad, sabe Dios las
locuras capaz de cometer una quinceañera enamorada.
Nunca
creí en el horóscopo pero qué ansiedad me generaba leer cosas como: “pronto
recibirás una sorpresa inesperada” (claramente era él que venía a Buenos Aires)
o “su vida estará por dar un vuelco determinante para su futuro” (venía a
Buenos Aires y además me proponía casamiento!) Él aseguraba que había que
enamorarse de los escorpianos, yo ante la duda hacía caso ciegamente, no fuera
cosa que Plutón se pusiera en mi contra y boicoteara nuestro amor. Por
supuesto, nadie osaría afirmar que hacer uso de los signos del zodíaco fueran
meros artilugios sutilmente utilizados para que esta inocente adolescente
afirmara su creciente afecto por el pretendiente.
Los meses
fueron pasando entre brackets, alambres y luz halógena, hasta que mi mayor
anhelo se cumplió y mi Dios hecho persona me invitó a salir. Flotando, llegué
al misterioso punto de encuentro secreto, en el café más concurrido de todo
Recoleta a dos cuadras del consultorio. Ahí sí que estaríamos a salvo.
Lo que
nadie me advirtió fue sobre la capacidad de una simple lágrima con azúcar de
convertirse, en cuestión de días, en cientos de lágrimas saladas. Haber sabido
tomaba whisky para la interrupción prematura del desarrollo de las penas ¿o eso
sería considerado aborto inducido? Lo que no tenía del todo claro era si
lloraba de pena o de dolor por el reajuste de la ortodoncia. Pero así seguimos,
entre lágrimas y lágrimas, cuentas regresivas, llamados por unidad, emails gastados
de tanto releer y suspirar... nuestra relación duró 2 años, 3 meses, 12 días y
entre 3 y 4 horas, no podría asegurarlo a ciencia cierta. Bueno, a decir verdad
él nunca estuvo enterado de esto... pero con la cantidad de noches en vela que
me pasé imaginando nuestro futuro en la casita del pueblo cordobés con 5 hijos,
3 varones y 2 mujeres, los perros, las vacaciones en la playa, las visitas de
los matrimonios amigos en el campo, la ampliación de la casa, el asado del
domingo, la excepcional relación que tendría con su madre, la educación de los
retoños, el primer día del padre, los regalos de aniversario... con tanta
historia vivida ¿quién se atrevería a negar lo nuestro?
A decir
verdad las citas fuera del ámbito médico fueron contadas con las manos, pero la
promesa inquebrantable de un nuevo encuentro el primer viernes de cada mes a
las 15:00 horas fue chispa suficiente para encender la llama de mi amor.
Con el
paso del tiempo y ya con los incisivos, caninos, molares y premolares en su
lugar, la relación (de la que el no estaba al tanto) se desgastó. Sin los
brackets, kryptonita capaz de debilitar a Super (Anibal) Mario, ya no tenía
armas para retenerlo junto a mi.
Lo
nuestro no pudo ser, en realidad, nunca me habían gustado los dentistas.
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