jueves, 1 de septiembre de 2011

la presentación de martín

Nombrar lo ausente (in memorian Ana Aguirre)
Es gilt, in der bereitenten Nähe zum Fehl so lange harren, bis aus der Nähe zum fehlenden Gott das anfängliche Wort gewährt wird, das den Hohen nennt
Ésa es la frase del libro "Briefe und Begegnungen" de Bernhard Welte (Klett-Cotta, Stuttgat 2003) que compagino para la Editorial Biblioteca Internacional Martín Heidegger, cuando debo interrumpir la labor traducteril para asistir a mi sesión de terapia. Pero la interrupción de la frase no es la única interrupción. El portero me sale al paso y me revela que mi psicóloga está muerta. Se apresura a diferenciarse, como se estila hacer, del cadáver. Por definición un muerto es alguien que ha hecho algo que nosotros no. Hay que enfatizar o reduplicar esa distinción: "fumaba que daba calambre", me dice, con el orgullo antitabaquista de alguien que resiste la tentación de un cigarrillo, incluso el más intenso, el de luto, por la rotunda razón de que jamás le tomó el gustito. Rememoro el primer día, cuatro años atrás por lo menos, cuando le dije que dos pesos el minuto (80 pesos la sesión de cuarenta minutos) me parecía un poco mucho y ella me contestó que era muy conciente de que la plata no la cagan los perros, con una frase elocuente: "esa plata tampoco me la voy a fumar".
Me invaden las más contradictorias emociones. Por supuesto la impresión, el shock, el desamparo, la orfandad (la persona encargada de libertarme del apego hacia la infantilización y las tutelas parentales me convencía desde un lugar de impasible eternidad: que la impermanencia la haya fagocitado no deja de tener algo de paradójico, como un enfermero enfermo o-antes la metáfora valía-un hombre que llora). Pero también el alivio de que se lleve definitivamente mis secretos a la tumba, como no lo hizo la psicóloga de Kim Basinger o el psicólogo de Miterrand (quien hace unos meses desenmascaró el hecho de que Francia entregó a Thatcher la clave para desactivar los Exocet que nos había vendido, para evitar que nos tirasen la bomba atómica).
No puedo soslayar un matiz de la perturbación: la sensación momentánea de que su fallecimiento constituye una popperiana refutación de su postura contraria a la visión sanitaria del mundo ("también los que toman agua mineral se van a morir ¿qué se creen?").
La principal emoción, empero es: lo gárrulo, lo trivial, lo calumniador del acto de morir, un hecho sólo trascendente porque es irrevocable. Además la tragedia no es que exista la muerte, sino que la sufran las personas equivocadas ¿no? Y la catarata de cadenas asociativas me trae como una ola todas y cada una de sus palabras: siempre aguerridas, en una casi dilogia lacaniana con su apellido. Que no compita porque mi hermana no tuvo los mismos padres que yo. Que consustanciarse con el victimario (entender a Hitler, digamos) es olvidar que se está en el lugar de la víctima. Que no está mal una pedagogía de la insaciable sobreexigencia implacable como la que sostiene mi padre, ni una del apoyo incondicional, el aliento, y la connotación positiva de todo como la que forjaba mi madre, pero que "lo que mata es la mezcla" (ella llamaba a esos imperativos que se anulaban mutuamente, "los 20 mandamientos").
Que poner límites no es "mala onda", sino tener el cuidado de ayudar a orientar a los otros.
Que la palabra que funda la inteligencia no es "te amo", sino "NO".
Que mi amor a la verdad confundía la verdad filosófica con la verdad de la vida, que es de la índole del juego del truco.
Que más que el peligro de ser "un nene de mamá" yo ya corría el distinguido peligro de ser "un viejo de mamá".
Que el "capital invertido" de amor que yo tenía en mi ex-novia Sandra era un capital del cual no podía disponer, estaba engrampado en el corralito y era levemente estúpido no ir a amasar y darle masa a una otra fortuna.
Que si no estaba casado, ni todavía recibido, íntimamente yo tenía que enterarme de que no era por otro motivo que: que yo no lo había querido así.
Que el amor son las flechas ciegas de Cupido, que amar es determinista, a lo sumo puedo elegir cierto vago derecho a veto (hacerme el pelotudo).
Que dado que no hay libertad en el amor, uno debe ser juzgado por lo que sí controla: el estudio, el trabajo, la preparación de ciertos platos.
Que "vivir no es necesario, navegar sí es necesario" como decían los vikingos, vale decir: para vivir lo que se dice vivir hay que tener una pasión (en mi caso, por ejemplo, escribir-¿ESCRIBO MAL? 1536950101-)-acerca de esto Jack Palance se ganó un merecidísimo Oscar al actor de reparto en "Amigos siempre amigos" al enunciar que el secreto de la vida es uno. -¿Cuál?-pregunta Billy Cristal. -Una sola cosa resuelve el enigma de la vida. -Está bien, ya estoy intrigado-insiste con norteamericano pragmatismo-¿cuál es esa cosa?.-Eso lo tenés que averiguar vos. Para mí es arriar ganado. El secreto de la vida es ocuparse prioritariamente de una cosa, concentrarse en lo que te importe más. Ahora, si va a ser la ingeniería atómica o la confección de bufandas, eso lo que tenés que decidir vos.
Que la insatisfacción es inevitable, que no habría, qué se yo, películas, si la gente pudiera ser de veras feliz. Recuerdo hablando de películas cómo le gustaba Anne Bancroft, cómo le disgustó "Las invasiones bárbaras" (por el pésimo lugar del padre de los protagonistas glorificados) y cómo me encontré con ella en el Belgrano Multiplex cuando fui a ver la que logró el objetivo de la anterior, la excelente "El gran pez".
Contra los clichés imbéciles, su excelente definición de la droga: "la droga es suspender la búsqueda".
Su admirable crítica a Bush cuando condensamos una definición del suicidio: "sería la muerte preventiva ¿no?".
La ingenuidad, la imposibilidad de decirlo todo ("la totalidad es la máscara de la nada").
La importancia del lenguaje como matriz de la percepción: Menem era rubio y de ojos celestes porque enarbolaba el discurso de los rubios y de ojos celestes.
Su opinión de lo políticamente correcto: "ahora los llaman originarios y les rinden tributo porque ya están exterminados, lo primero que harían si vivieran es matarlos".
Su luminoso resumen de tendencias familiares: "no te importe: tu papá siempre va a necesitar alguien a quien criticar y tu mamá siempre va a necesitar alguien a quien cuidar".
La irreproducible bendición de absolverme de la obligación de ser un genio como prodigiosamente prometía mi infancia, pero con la encantadora advertencia: incluso pudiendo serlo.
Su fundamentalismo freudiano ("hasta ahora la ciencia no pudo refutar la neurología de Freud").
Su apasionada indignación ante algunas actitudes serviles mías ("ah, entonces estás pagando para tener un padre"; "sin duda tu madre quiere el bien, pero tené en cuenta que todas las masacres se llevaron a cabo en nombre del Bien con mayúsculas").
Su estímulo a la docencia ante mi fobia a dar clases ("ese temor es la marca de la responsabilidad, lo irresponsable sería NO tener miedo a no saber lo suficiente").
Su sabiduría de mujer experimentada para salvarme de algunos amoríos enfermizos ("esa histeria es un juego de luces, la seducción consiste en decirte acercáte, alejáte, acercáte, alejáte; pero el amor real busca la unión"), para abrirme los ojos ante dolorosos rechazos ("está obligada a decirte eso, para defenderse de la atracción") o ante desconcertantes ofertas ("te dice que hagas con su cuerpo lo que quieras porque sabe que su propio deseo es errático").
Su postura contra la compulsión al goce que redunda en el vacío más doloroso, pero también contra el facilismo de un discurso condenatorio ("¿por qué tenés que madurar, acaso sos una fruta?").
Su abierto apoyo a mi necesidad de hermosura (-"me iban a presentar a esta chica que supuestamente era mi alma gemela pero yo pregunté ¿es linda?"- Excelente pregunta, es lo que había que saber).
Su abierto apoyo a mis desobediencias filiales ("las deudas de dinero se pagan con dinero").
Su opinión de su colega (mi empleador): -Es un Narciso completamente demente, saca unas solicitadas incendiarias con su nombre en letras inmensas, pero vos tenés que ir, trabajar y cobrar, no te vas a casar con él.
Su redefinición de la masturbación (mi primer psicólogo me la prescribió para que yo viviera con mayores autogratificaciones y menores culpas-aunque en una extraña "inversión de la carga de la prueba" mi padre un día me gritó que si yo vivía tan culposo era porque vivía haciéndome la puñeta-; mi segundo psicólogo procurando que yo tuviera ahora un "comercio directo con la divinidad", como dice Borges, la anatemizó: como yo le conté que miraba la foto de Jelinek-Karina, no Elfride-como sorprendiéndola in fraganti y como usufructuando de esa imagen en una fantasía que bordeaba con la violación sentenció que masturbarse es un robo. Ana me dijo que en todo caso es "robarse a sí mismo" pudiendo "descender a los suculentos valles del erotismo" de otra manera mejor.
No sin su vital e imperecedera celebración de EROS quise terminar este lamentar el triunfo de TÁNATOS. La mujer que más y mejor me conoció, al mismo tiempo siempre fue (tenía que serlo) una completa desconocida para mí.¿Cómo encuadrar la muerte de tu analista?. Uno no sabe si llorarla como a la pérdida más íntima u obligarse a la compostura como cuando todos advierten que sería ridículo que llores así por tu canario. De algún modo siempre fue un fantasma, una sobrehumanidad infalible. También puedo repetirme que mi representante del inconciente en la Tierra merece que haga honor a la verdad psíquica de que para el inconciente no existe el "no". O transmutar la necesidad de hablar de quien ha muerto en un concentrado terapéutico prodigioso.
Es muy misteriosa la recepción que tenemos de la muerte. Todas las religiones la niegan ( o bien es un tránsito, o bien tu mero envase corpóreo muere y tu descendencia te continúa y recuerda-versión occidental; o bien es todo, está omnipresente, la hermosa y saludable Scarlett Johannsson es muerte, el instante en el que hablo ya dejó de existir y como todo es impermanencia, el cese de las funciones cardiorrespiratorias no es algo diferenciable y apartado).
A veces demoramos en comunicarla, acaso para dar tiempo a una improbable resurrección. La mayoría de las veces nos importa mucho menos la pérdida de la propia vida del muerto, como el autocompasivo hecho de que nos haya privado a nosotros de su vida. Nos da culpa sobrevivir, los más generosos pronunciamos "¿por qué no morí yo en su lugar?", los menos, "¿por qué no murió Victor Sueyro en su lugar?". Pensamos que si hubiéramos sido mejores para con quien ya no está, tal vez sí estaría. Nos duele más que como un crimen, para decirlo con Dostoievsky, como un castigo. Sin saber qué carajos es la vida, el tiempo, el sentido o si acaso un dios (o la Diosa de mi mujer)me engaña, damos por sentado que morir es inaceptable, inadmisible. Pero tal vez, como sentimos tantísimas veces en Argentina, lo inadmisible es estar vivos, o mejor dicho, lo inconcebible e igualmente irreparable.
Los que se oponen al aborto (que podría defenderse como "matar la nada") saben lo que dijo Sartre: que podemos imaginárnoslo todo, excepto la nada.Leibnitz se preguntó por qué existe algo y no más bien la nada, pero nosotros nos preguntamos mucho más frecuentemente cómo puede devenir en nada lo que fue alguien.
No soy bueno para estetizar necrológicas (el maestro es W.H. Auden, excelentemente traducido por Rolando Costa Picasso, que vive en la fatídica calle Victorino de la Plaza).
Él podrá decir "paren todos los relojes" o "nuestros instrumentos de medición nos aseguran que el día de su muerte fue frío" o que seguirá "en otro jardín". O Whitman: "sé feliz como si yo estuviera contigo, no tengas demasiada seguridad de que no estoy contigo". O Borges: "¿cómo puede morir un ser humano que fue tantas primaveras?"O Shakespeare: "¿Un ratón puede vivir y Cordelia no?"
O Heidegger, en la frase que ahora traduzco: "Por lo tanto urge perseverar en la íntima proximidad de la falta hasta que de la cercanía de la ausencia de Dios nos sea otorgada la palabra iniciadora que nomine lo Alto"...

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