jueves, 1 de septiembre de 2011

Mapas en tatuajes



El humor como mapa: dos ejemplos en Les Luthiers y en Groucho

La fabulosa canción que mandó componer Groucho para una película porque él mismo estaba más cerca de Harpo que de la guitarra, Lydia, la chica tatuada, elude la censura con una gracia sin par. “Puedes aprender un montón de ella, es mucho lo que te puede ENSEÑAR” (y va describiendo todos los datos enciclopédicos que se advierten en diversas zonas de su anatomía con picarescos dobles sentidos y versación inigualables).

Décadas después Les Luthiers desentierra de lo profundo de su subconsciente la idea de un mapa tatuado a lo largo del cuerpo y la aplica para poner en boca de Daniel Rabinobich dobles sentidos como “no les muestro Italia porque quedaría feo” o “tengo miedo, me tiembla toda Europa”.

Tanto cuando analizamos como unidad de medida la palabra, como cuando lo hacemos con conceptos que encaja el humor inteligente precisamente porque no corresponden a una buena inteligencia, incurrimos en esta misma mecánica de establecer un sistema de equivalencias. Ya sea una homofonía (como, en mi caso hablar de una nueva entrega actoral de mi hermana, jugando con el sentido de que la estoy entregando) como en una homologación improcedente (el fútbol y los filósofos) existe la lógica de que determinada cosa encuentre un equivalente en determinada otra, la base del símbolo que nos distingue de los animales (si bien la mayoría de nuestros gestos no son símbolos sino conductas animales universales inhibidas como demostró en su brillante libro Darwin).

Borges, como veníamos viendo, tiende a magnificar, nunca a empequeñecer. Sus recursos sucintos sirven siempre para dar una idea de vastedad inconmensurable. Por eso le gustan los chistes de que alguien pretendió hacer un mapa perfecto, pero que lamentablemente ocupaba el tamaño del terreno que pretendía describir. No otra cosa que un mapa que ocupa el terreno que pretende describir es “Pierre Menard, autor del Quijote”: a Funes, el memorioso, le llevaba un día entero recordar un día de su vida. Ya vamos a estudiar sus recursos no categorizados. La repetición innecesaria en “El padre Bartolomé de las Casas sintió infinita piedad por los indios que se extenuaban en las minas de oro antillanas y mandó a importar negros para que se extenuaran en las minas de oro antillanas”

Mientras ustedes puedan dejar asentado un sistema de equivalencias en un marco referencial, pueden jugar con los órdenes más dispares y cuanto más rigurosamente lo sigan más gracioso será. Como los elaborados insultos de los cronopios en Cortázar, como el diccionario de insultos de “Barcelona” o el del argentino exquisito de Bioy Casares que descorrió el velo respecto de lo absurdo de nuestro snobismo, podríamos reducir todo fenómeno humorístico a un corpus que lleva inscripta una señalética, una fisiología que se pretende geografía. Como si pudiera aparecer un cartelito en la frente de mi tía que dijera “atención, a cinco minutos, desvío de la atención”.












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