jueves, 1 de septiembre de 2011

Mi querido Vardebedian de Woody Allen

Hoy tuve el gran disgusto, al revisar mi correspondencia de esta mañana de constatar que mi carta del 16 de septiembre que contenía mi vigésimo segundo movimiento (caballo cuatro rey), me había sido retornada debido a un pequeño error en el sobre-precisamente la omisión de su nombre y domicilio (¿cuán freudiano puede uno llegar a ser?), además de olvidar la estampilla. Nadie ignora que este último tiempo estuve un poco desasosegado por las irregularidades bursátiles y que, a pesar de que el 16 del corriente la culminación de una prolongada caída en espiral hizo volar las acciones de Antimateria Amalgamada de la tabla de cotizaciones y redujo de un solo golpe a mi agente de seguros a un ente, no tengo excusas para mi ineptitud y monumental inoperancia. Cometí un error, le pido perdón.
El hecho de que usted no advirtiera de que faltaba una epístola indica a su vez alguna distracción de parte suya que yo, con buena fe, adjudico a la impaciencia que lo caracteriza, después de todo nadie es perfecto, la vida es así, plagada de imponderables y el apasionante juego ciencia no escapa tampoco a esta ley universal.
Entonces ahora que el error quedó subsanado me veo en la tentación de efectuar una leve rectificación. Si fuera usted tan amable como para hacerme la merced de transferir mi caballo al cuarto escaque de su rey, pienso que podremos continuar nuestra partida de una manera más precisa. El anuncio de jaque mate que usted me hiciera en su carta de hoy entiendo, dicho con franqueza, que se reduce a una falsa alarma y si usted examina nuevamente las posiciones a la luz del descubrimiento de esta mañana, va a advertir que SU rey está a punto de recibir mate, expusto e indefenso, un blanco inmóvil para mis alfiles depredadores. ¡Irónicas son las vicisitudes de esta pequeña contienda!. El destino, bajo la forma de oficina de correos negligente, crece omnímodo y hete aquí que la suerte ha dado una voltereta, voilà!.
Una vez más le ruego que acepte mis más sinceras disculpas por este descuido desafortunado y quedo a la espera, ansioso, de su próxima movida.
Adjunto así mi cuadragésimo quinto movimiento: mi caballo se come a su reina.
Atte,
Gossage

Gossage:
Acabo de recibir su misiva ateniente al movimiento cuarenta y cinco (¿su caballo se come a mi reina?) y con ella su dilatada justificación referida a la elípsis epistolar de mediados de septiembre. Vamos a ver si lo entiendo atinadamente: su caballo, al que yo retiré del tablero hace ya unas semanas, debiera estar, según su reciente aclaración, en el cuarto escaque del rey a consecuencia de una carta que el correo de Macri perdió hace unos veintitrés movimientos. No tenía noticia de que tal percance hubiera acaecido y sí creo rememorar, al momento de llevar a cabo su movimiento vigésimo segundo, que su torre seis reina había quedado forfai tras un lamentable gambito suyo estrepitosamente fallido.
En la actualidad el cuarto escaque del rey se encuentra ocupado por MI torre y dada la circunstancia de hallarse usted desprovisto de todo alfil, no acierto a concebir qué pieza considera usted plausible para la captura de mi nunca bien ponderada dama. Con un esfuerzo de la imaginación que le ruego no me exija en cada oportunidad, creo comprender que alude usted estando sus piezas inmovilizadas a que mueva su rey cuatro alfil, que por otra parte es la única posibilidad en lo que al rey respecta, sugerencia que me he tomado la libertad de hacer, con lo que lo contraataco en el movimiento del día de la fecha, mi cuadragésimo sexto. Me como a su reina y dejo a su rey en jaque. Por suerte quedó todo aclarado.
Ahora sí los últimos movimientos de nuestro pequeño juego podrán culminarse con sobria diligencia y presta prestancia.
Suyo, Vardebedian


Vardebedian:
Recibí hace instantes su última nota, comunicándo un bizarro movimiento cuarenta y seis merced al cual usted retira a mi reina de una casilla que ella hace por lo menos once días no pisaba. Me llevó su tiempo calcular con paciencia el motivo de su malentendido y la arrastrada incomprensión subsecuentes. Que su torre se encuentre en la casilla cuatro rey es algo tan imposible como dos copos de nieve idénticos; bastará con remitirse al noveno movimiento del juego, donde usted perdió ¡ay! la susodicha torre. Se trató de aquella impruedente avanzada kamikaze donde su frente de ataque vaporosamente se desdibujó y usted perdiera, como cierta otra operación suicida de cuyo nombre no quiero acordarme, AMBAS torres. Me agradaría saber, abusando de su bondad, por consiguiente a título de qué se situan inesperadamente otra vez en el tablero.
En aras de una cabal comprensión me he tomado el trabajo de recapitular y reconstruir la resultante de lo ocurrido: obviamente fue demasiado intenso el intercambio salvaje del vigésimo segundo movimiento y su perplejidad lo empujó, sin tiempo para recibir mi carta, a realizar dos movimientos consecutivos, desesperación atendible dada su situación dramática pero no prevista por las reglas del juego y en consecuencia, improcedentemente injusta por lo que puedo apreciar. Por supuesto no tiene sentido revolver con ojos de cangrejo el pasado al cual ya no puede volverse, digan lo que dijeren los pitagóricos y el cíclico retorno de su doctrina eterna bajo el nombre de Nietzsche. Rehacer las cosas desde ese punto es como el delicioso pejerrey al roquefort que me espera este almuerzo: no tiene ni pies ni cabeza. Lo que tal vez sí sirva como reparación superadora, coincidirá conmigo, sea permitirme a mi vez ahora realizar dos movimientos seguidos. Lo justo es justo.
En mi primer movimiento le como su alfil con mi peón. Y en el segundo, desprotegida ahora su reina, me la paso también a valores. Calculo que nos encaminamos hacia un inexorable final que ya no tiene por qué sufrir distracciones o dificultades.
Atentamente,
Gosagge.

Posdata: En el diagrama anexo represento la forma exacta en la que queda el tablero después de mi última jugada. Como podrá observar, su rey está acorralado, impávido, abandonado y abrumado en el centro. Lo saludo.

Gosagge:
Ayer me llegó su última carta y a pesar de estar plagada de incoherencias, tras una buena media hora de regia siesta se me iluminó el panorama y pude comprender el motivo de su dislate. Al ver el pituco diagrama que tuvo la deferencia de hacerme llegar me resultó obvio que, en las últimas seis semanas, hemos estado jugando dos partidas de ajedrez absolutamente distintas (yo, de acuerdo con nuestra correspondencia y las normas internacionales posteriores a Campomanes y usted con medidas heterodoxas algo sui generis que no termino de captar como ventajosas respecto de la convención racional que todos usamos). El movimiento del rey que presuntamente se había perdido, hubiera sido imposible en el vigésimo segundo movimiento dado que la pieza, en aquel entonces, residía en la esquina de la última fila y la parábola que usted describe lo hubiera catapultado por encima de la mesa del café al lado del tablero.
En cuanto a permitirle llevar a cabo dos movimientos seguidos para enmendar el que supuestamente se perdió, me he reído por espacio de cinco minutos y me regocija que aún en circunstancias tan lúgubres y lóbregas en lo que al sórdido desempeño de su cacumen hace conserve su sentido del humor a prueba de balas tal como lo demuestra siempre que discute marxismo conmigo. Una vez aceptado su primer movimiento (usted come mi alfil), respondo comiéndole la reina, satisfecho de que estas calumniadamente "perimidas" estrategemas encubiertas del viejo zorro García Grau sigan provocando víctimas aún en mentes tan sofisticadas como la que muchos pueden, si no lo conocieran como me veo asombrado de conocerlo ahora, atribuirle a usted.
Que me diga que carezco de toda torre es muy simpático, pero me basta mirar el tablero para verlas vivas en plena batalla, lozanas, vigentes y vigorosamente preparadas para dar el inminente zarpazo final.
Debo decir que pese a la prolijidad del diagrama adjuntado, el influjo de Bobby Fischer y Capablanca se nota menos en usted que el de Bobby Flores y Casanova y por añadidura, que esto parece demostrar a las claras que no leyó el libro que innecesariamente robó de mi biblioteca el invierno pasado debajo de su extensible gamulán de piel de prepucio, "Los trebejos y los días" de Herodotowitsch.
Le propongo revise el diagrama que ahora le adjunto y que reajuste su tablero de acuerdo a estas indicaciones. La alocada creatividad es un bálsamo en esferas solemnes y rígidas, pero no admiraríamos a un cirujano delirantemente ocurrente o a un juez federal imaginativamente innovador. Ciñiéndose a la tradición, entiendo, podremos finalizar con algún grado de precisión, esta atribulada partida.
Confío en usted,
Vardebedian.

Vardebedian:

Sin ánimo de extender un asunto de por sí confuso (me aseguran que su enfermedad le arrebata por momentos todo contacto con la realidad), debo aprovechar esta chance de desanudar el laberinto intrincado, el rizomático imbricar kafkiano al que se precipita deviniendo nuestra partida en una película de Almodóvar, para colmo, sin Victoria Abril en pelotas, aunque no sin, muy probablamente, mi victoria en este o a lo sumo el mes entrante.
Si hubiera creído posible la falta de magnanimidad o fair play de su parte, porque para usted el savoir faire debe ser el sabor fair de un lechón al horno con papas y la palabra fair no la recuerda desde los fairy tales de su nana o gobernanta que no le enseñó modales, si hubiera sabido que se negaría a reciprocar su arbitrario mover dos veces, tampoco hubiera permitido en mi movimiento cuarenta y seis que mi peón deglutiera a su malhadado alfil. Es más: su propio diagrama torna imposible dicha operación, dada la lejanía específica entre ambas piezas, a no ser que se rija usted por la Federación de Box de la calle Castro Barros 78 y no las reglas del ajedrez.
Hay cosas más importantes que ganar o perder una partida, mi querido amigo, y perder el honor por un mero complejo de inferioridad tan bien caracterizado por Alfred Adler, no es lo más aconsejable para alguien que posee, aunque no lo manifieste en su interacción social, ley moral en el interior de su kantiano marote.
Los Les Luthiers en la presentación a las Odas al Cuarto de Baño aluden a la profundidad metafísica de los espejos de Borges y Charly García en su versión de Roll over Beethoven dice "Correte Beethoven, que Borges no soy". Estos son verdaderos reconocimientos, mucho mayores que los que pueda en su nombre realizar la trapadora descerebrada de María Kodama. Pensé que usted y yo consagrábamos nuestro afán al homenaje tácito de los poemas al ajedrez borgeano. Pero si esa certidumbre creció en mi cabeza como el cerezo en la del ciervo disparado por el Barón de Münchhausen, debo declarar ahora que parecemos estar dedicándole los esfuerzos a la Bartola y el Tuntún, dioses mitológicos de la liturgia crasa del Coño Sur.
Ya no es posible saber dónde debería estar el alfil que jamás hubiera comido de saberlo tan poco caballero que prefiere ser un mal ganador a un buen perdedor. Lo que nos queda es entregarnos al aleatorio azar: cierro mis ojos y coloco el alfil donde caiga fortuitamente. Listo. Ahora, mi turno: mi movimiento número cuarenta y siente consiste en lastrarme con mi dignísimo corcel el tan cacareado alfil.

Atentamente,
Gosagge

Gossage:
¡Qué ominosa su última carta!. Bien intencionada, concisa, erudita y pese a todo, con todos los elementos que podrían pasar en ciertos cenáculos intelectuales por lo que Jean-Paul Sartre describió tan brillantemente como "la nada". Mueve a una conmiseración homologable a la que inspira el caso de esta niña perdida que Dios quiera encuentre pronto su derrotero al menos hasta las próximas elecciones. ¡Es fascinante comprobar hasta qué punto puede desintegrarse la razón cuando se enfrenta a una siniestra verdad ocasional y huye en desordenada retirada para materializar mejor un espejismo sin duda reparador para la economía de la neurósis!.
Tal como viene la mano, mi estimadísimo, acabo de pasar casi toda la semana intentando deshacer la madeja del cuello de botella en que nos hemos internado con la sola pretensión de concluir de manera siquiera decorosa la partida en la que estamos embarcados, acaso solo para evitar el efecto Zeigerniss que tanto trauma revela para con toda interrupción por trivial que sea. Por mucho que pueda seducirle Rodolfo Walsh hablando de Zugzwang y demás onanismos gnoseológicos, a veces la facticidad urge y debemos atenernos a ella: su reina, a no ser que seamos cratilistas, aspecto en el que Platón no convenció ni siquiera su más aventajado discípulo, Aristóteles, no debería ser nombrada en lo sucesivo. La palabra perro, dijo el Estagirita, difiere de un perro porque la palabra perro no ladra y yo soy amigo de Platón pero más amigo todavía soy de la verdad. Y la verdad es que más adelante nos tocará debatir si en "La República" hay prefiguraciones del materialismo dialéctico o no, si el feminismo nos atribuye la menstruación como constructo social y si Belgrano era monárquico. Lo que de ahora en más tiene que quedar en claro es que su reina o su dama o como quiera llamarla, pero no la llame más porque no viene, no existe. Despídase de ella, como hace tiempo debió haber hecho. Algo similar sucede con sus dos torres y uno de los alfiles, el que no está empantanado en las fanegosas (procelosas) aguas de la clase pasiva con la reestatización de las afjp.
En nombre de tantos años de amistad he decidido colocar su caballo-al que deberíamos considerar un ánima reaparecida-en la única casilla posible: la de alfil siete. En alguna epifanía de lucidez advertirá usted que esta mezquina treta de su parte ha sido vengada por una autotélica autorreferencialidad Innominada. O sea: está bloqueando la única salida del rey. Muevo alfil cinco caballo y tengo jaque en uno, para no ser como el gato maula que juega sádico largo y tendido con el mísero ratón.
Cordialmente,
Vardebedian.

Vardebedian:
Es obvio que la constante tensión nerviosa, además de su desgaste de energía en defender una serie de torpes y desesperanzadas posiciones de ajedrez terminó por desbarajustar la delicada maquinaria raciocinante de su aparato psíquico haciendo que la comprensión de los fenómenos externos sea nebulosa y fragmentaria.
No queda otra alternativa para remover la tensión antes de que usted termine con una lesión permanente o un accidente cerebrovascular que jugar mi caballo a seis reina, ¡jaque!
Gossage


Gossage:
Alfil cinco reina. Jaque mate.
Entiendo que esto fue exigir demasiado para su mente cansina, pero si le sirve de consuelo, fui tablero número uno en los interalemanes que jugaban contra el Pestalozzi. Probablemente el desquite puede darse con juegos cuya modalidad no desgasten tanto sus células grises: el tute cabrero, el chancho va, o el lanzamiento de jabalina.
Vardebedian.

Vardebedian:
Torre ocho caballo. Jaque mate.
Como creo que su mente ya sufrió demasiado, dejaremos el análisis de los postreros detalles para quien anote luego la partida en los Anales...
Su sugerencia de que le otorgue la revancha con el lanzamiento de jabalina me parece óptima. Prefiero que este tipo de contiendas sean en persona, pero estando usted en España, no tengo problema en que nos circunscribamos a la notación olímpica. Lanzar la jabalina por carta puede ser, si no, motivo de hirientes suspicacias. Me preparo tomo carrera y fuiiiiiiiiii: 578 metros (o si lo prefire lo anotamos en yardas). Espero su réplica...
Gossage.

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